dilluns, 1 de juliol del 2013

Origen del DNI

Un documento de identidad ¿único?

01.07.2013 | 02:08
El Documento Nacional de Identidad nació legalmente en 1944 por orden del caudillo, que pese a reservarse el número 1 aún tuvo que esperar, como el resto de los españoles, seis años para tener su propia cédula. Desde 1951, se han expedido unos 62 millones de carnés, un documento, al parecer, ni tan único, ni tan fiable.
­Hasta hace unas semanas, el DNI era uno de esos escasos valores seguros que le quedaban al país. Ahora, tras el embrollo sainetero con el archifamoso 00000014Z de la infanta Cristina, otro mito se ha venido abajo derrumbado, también éste, por el vendaval de la corrupción. Dicen los anales que el Documento Nacional de Identidad „con la F de fiscal desde que se incorporó la letra para usos de Hacienda, precisamente„ nació legalmente, tal como se lo conoce hoy, el 2 de marzo de 1944 por orden directa del dictador Francisco Franco con el único fin de crear una herramienta eficaz para controlar a sus enemigos: los «rojos» que le habían sobrevivido a la guerra y al exilio. Como hoy, eran tiempos de leyes sin dotación económica, en aquel entonces por la posguerra, de modo que hasta él tuvo que esperar seis años para presumir de la flamante cédula de identidad. En 1951, Franco obtuvo aquél primer DNI, el 00000001R que se reservó con la misma impudicia que el resto de los privilegios. El 2 fue para su señora y el 3, para su única hija. No esperaba una gran descendencia, ya que sólo se guardó para sí y los suyos hasta el 9. La comisaría elegida para expedir aquéllos primeros carnés fue la de Santa Engracia, en Madrid, todo un privilegio para los funcionarios policiales del régimen.
Como se ha publicado hasta la saciedad estos días, el 10 fue para el elegido por él como sucesor con corona, el entonces príncipe y hoy rey Juan Carlos, el 11 para su esposa Sofía y los siguientes, hasta el 99, para los futuros ocupantes de la línea de sucesión monárquica.. Por ello, la infanta Elena tiene el 12, su hermana el 14 –la superstición aconsejó saltarse el 13- y el príncipe el 15. Tras él, de momento, las dos hijas de éste y herederas al trono, con el 16 y el 17.
El gran misterio no desvelado aún es quién es –probablemente fue- el poseedor del primer carné supuestamente no reservado, el 100, que de seguir con vida hoy llevaría como apellido fiscal la letra P. El dictador ordenó que la nueva cédula comenzase a expedirse en primer lugar a presos y condenados en libertad vigilada, pero las influencias eran las influencias, y el siguiente conjunto de españoles que debían tramitarlo eran los varones que por cuestiones de trabajo o negocio se viesen obligados a cambiar con frecuencia de domicilio. Así, no está claro quién fue agraciado con el 100, si un opositor al régimen fichado por un policía de Documentación en la cárcel o todo lo contrario, un adepto al régimen debidamente identificado en la comisaría de Santa Engracia.
Antes del decreto franquista ya existían cédulas de identidad. Su germen real lo plantó Fernando VII al crear la Policía y otorgarle, entre otras competencias, la puesta en marcha de un censo poblacional identificativo materializado en un documento personal e intransferible que incluyese edad, sexo, estado, profesión y naturaleza del vecindario. ¡Y hasta 1981, linaje aristocrático y estatus económico, con cuatro categorías de ciudadanos! A trancas y barrancas, aquella cédulo llegó a la Guerra Civil, pero el caos y la mortandad debida a la contienda llevó a la creación del documento actual.
El decreto franquista ordenaba que tras los enemigos políticos y los hombres de negocios, los siguientes en ser identificados con luz y taquígrafo debían ser los habitantes masculinos de ciudades de más de 100.000 habitantes, luego los de núcleos de 25.000 a 100.000, y sólo después, las primeras mujeres, aquellas escasas féminas que viajaban por cuestiones laborales. Y así hasta completar una universalización que aún tardaría años en alcanzarse.
La ciudad piloto elegida fue Zaragoza, pero la segunda en implantar el DNI fue Valencia. Dado el éxito, se extendió al resto del país. Como es obvio, identificar a los españoles en el medio rural fue la tarea más complicada. Los equipos de expedición, a modo de unidad móvil arcaica de la Policía, recorría los pueblos a lomos de un burro. Al español de a pie se le convocaba, por parte de las autoridades locales, con unos días de antelación y se le pedía que acudiese al ayuntamiento o a la iglesia con algún documento, el que fuera, que acreditase quién era. Si no disponía de él, eran el alcalde, el cura o la Guardia Civil quienes daban fe, más o menos, de su identidad. Y todo se hacía a mano en pesados libros de registro que aún guarda con celo hoy la Comisaría General de Documentación en Madrid.
Ese procedimiento artesano es el culpable de las duplicidades reales de los DNI. Aunque cada uno de los 59 equipos embrionarios de expedición del carné recibía su lote de números –de ahí la coincidencia geográfica de los DNI-, que no se renovaba hasta agotarlos, los errores existieron, hasta el punto de que se cifran entre 150.000 y 200.000 los carnés duplicados. Desde la llegada de la informática al servicio de documentación de la Policía Nacional y, sobre todo, desde la puesta en funcionamiento del DNI electrónico, ya no hay posibilidades de expedir un mismo número a dos ciudadanos. El sistema simplemente lo rechaza. Las actuales duplicidades son más bien virtuales: aparecen en registros oficiales, pero no corresponden a un DNI realmente doblado, sino a un error o invención del funcionario de turno a la hora de rellenar el formulario del expediente, ya que cuando un dato es desconocido pero de obligado rellenado, ha de escribir cualquier número aleatoriamente para poder avanzar hasta la siguiente página. Eran las ventajas de la Administración manual, que la casilla se podía dejar en blanco y continuar.
Hasta hoy, la Policía ha expedido unos 62 millones de carnés nuevos –curiosamente, hasta 1962 se documentaba incluso a los extranjeros-, por lo que aún restan casi 38 millones de nuevos números hasta precisar de una ampliación en la numeración. Por ello tampoco es cierto que los DNI bajos correspondan a una persona fallecida, otro de los mitos asentados en la calle. De hecho, el número del carné acompaña al español por toda la eternidad. Una ventaja para falsificadores y espabilados, aunque, visto el caso de la infanta, en ocasiones ni siquiera parece necesario llegar a robarle el DNI a un muerto.

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